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Foto del escritorWalter A. Medrano Ruyan

Morir para vivir

Cuando abrí el libro del famoso autor ruso, Dostoyevski, “Los Hermanos Karamazov”, no pude no ser golpeado en la cabeza por el epígrafe, y me gustaría que el mismo autor me responda, o cualquier lector ¿quién quiere morir para dar fruto? Ciertamente la mayoría de nosotros queremos vivir—con excepciones—, y en la era de la “ciencia”y la tecnología, muchos esperan vivir casi eternamente. Sin embargo, el epígrafe en cuestión no se refería a la vida biológica.

Cuando reflexiono sobre mis experiencias, me doy cuenta de que he muerto muchas veces: como cuando fui decepcionado por una señorita, y años mas tarde me di cuenta que en mi decepción murieron la ingenuidad para dar paso a la sabiduría; o cuando mi afanado sentimentalismo fue derrumbado ante el uso de la razón por mis profesores universitarios; o como cuando mi falta de responsabilidad me confronto con la perdida de la confianza y la amistad de personas que me importaban. Con cada muerte sentí dolor, tristeza, vergüenza y ansiedad, pero sin la muerte no hay un fruto nuevo. Quizá eso explique, en parte, cuando el apóstol Pablo dice que hemos sido crucificados con Cristo.


El celebre profesor cristiano británico, y previamente ateo, C.S. Lewis, habla de la vida como una torre de naipes que se derrumba constantemente con ciertos momentos de la vida, y que luego debe ser construido de nuevo. Si en el derrumbe de nuestras circunstancias hay dolor, sufrimiento, ansiedad y más, no debemos olvidar que fue Jesús mismo quien dijo, “Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto”. Él debió morir para que a través de su resurrección fuéramos glorificados y, ciertamente, cada uno de nosotros debe morir a su propio ser porque solo muriendo podremos mantener nuestras vidas.


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